No sé apreciar el valor artesano de los objetos, ni de nuestras acciones. No sé apreciar el arte hecho cuadro, ni la belleza de una pirueta, simplemente me guío por mis instintos. Descarto los mecanismos automatizados, y admiro ciertos detalles.
Me parecen verdaderos maestros aquellos que de sus herramientas de trabajo hacen un apéndice de su cuerpo. Cuando veo al informático manejando los ceros y unos con una simple secuencia de teclas, cuando veo que el teclado se convierte en una extensión de sus dedos. El ratón deja de existir. Comandos secuenciales que cobran vida humana. El guitarrista, que expresa su arte, su música con seis cuerdas, a veces cuatro, otras doce. La guitarra como prolongación de sus brazos, sus manos, su duende. El cocinero, y sus cuchillos. Perfectos cortes longitudinales, perfectos sabores, la química hecha alimento. El arquitecto, sus planos, conjuntos de rectas que reflejan la perfecta combinación entre estímulos y abstracción espacial.
Me observo a mí, y veo que soy aprendiz de todo, y maestro de nada. El sino del traductor.
...this mourning air