Josita Jones

de la nada surgió... y en nada se convertirá... la historia de una intérprete de nubes rosas.

07 June 2008

02 June 2008

Zombies

El futuro era ayer. Han pasado los años y cada vez se parece uno menos a quien creía ser, a quien debía ser o a quien esperaba llegar a ser.

La ambición decreta servicios mínimos y hasta el olvido pierde la amargura y acaba siendo como la verdura de supermercado, que salta a la vista pero no tiene sabor. Las buenas intenciones se han ido cayendo, como el pelo, y apenas queda ya tiempo para pensar que queda tiempo, que queda camino, que uno iba a algún sitio que a lo mejor no existía, pero importaba. La vida le pone a uno en su sitio, y en más de un caso, y de dos, se descubre que la vida no tiene ni sitio para uno, que esta tan de más como de menos y que el reflejo en el espejo es como esas motas que flotan en el ojo y que resulta imposible atrapar con la vista. Mira uno alrededor y ve que hay quien aún vive de ilusión blanca, pero unos cuantos ya han optado por el mayor octanaje del rencor. A veces se muere uno con la camisa puesta, andando por la calle o esperando el metro, sin darse cuenta. Lo primero que se pudre es el alma, que casi siempre huele a rabia, a envidia y a sarcasmo. Empieza entonces a vagar por las aceras de la vida, siempre ajeno al tráfico, mirando con odio los coches que corren y esos semáforos siempre rojos, siempre en contra. Las puertas no se abren cuando uno quiere y las que se abren hay que tapiarlas para que nadie pueda cruzarlas. Una jauría de ciegos quiere quemar la luz, porque aunque no la ven, les han dicho que existe y no consiguen apagarla con sus burlas envenenadas. Los diarios traen las sobras de las noticias de ayer. Un enano junta letras para asegurar a los demás que las alturas son para los indeseables mientras él encoge día a día, porque el destino no tiene vergüenza pero derrocha sentido del humor. El certificado de defunción dirá que le amargaban hasta los dulces. Y a estas, el mundo sigue girando como un gran autobús que enfila una curva cerrada a toda velocidad y nos sorprende a todos sin tener donde agarrarnos. ¿Adonde vamos a ir a parar?, se preguntan algunos. Le da uno vueltas al asunto y empieza a sospechar que nosotros a ningún lado, pero que el decorado se queda aquí a la espera de otros primos convencidos de que son los primeros y los últimos. Al trovador le piden flores y violas, le piden que repita los mismos versos que ya nos habíamos aprendido, pero él ha perdido la memoria, y cuando quiere cantar la melodía le sabe a hiél y la audiencia le abuchea o le vuelve la espalda con indiferencia.

Otros vendrán que nos digan que no es cierto, que seguimos vivos, que las calles conducen a algún sitio donde nos esperan. Uno se pregunta si es posible apearse en el próximo pie de página y desaparecer antes de que sea demasiado pronto. Con suerte, el amigo lector ya se ha apeado de página rumbo a prados más verdes y soleados y sabrá hacer oídos sordos y sabios. La tristeza debería embotellarse como un perfume exquisito y preservarse para cuando nos olvidamos de lo que es estar vivo. Cuando quiere uno mirar atrás, ya ha perdido hasta la vista. El futuro era ayer, y cuando esta mañana me senté a esperar el tren, lo oí pasar. De lejos. Rumbo a ninguna parte.